lunes, 21 de septiembre de 2009

El asediado entorno de aprendizaje de la educación formal


Daniel Prieto Castillo

Hablemos en primer término de los alcances de la palabra "frontera". En una primera lectura, la asociamos a límites espaciales entre distintos países, a la manera de frentes que marcan el fin de un territorio y el comienzo de otro. Pero ese tipo de demarcaciones siempre fue relativo, ya sea por lo impreciso de ciertos terrenos, o porque tales divisiones fueron hechas sobre la mesa de algún ganador de la guerra.

Ejemplos tenemos por todas partes, desde la forma en que los ingleses dividieron países de Asia, hasta la geografía política inexplicable de África si no se recurre al modo en que la trazaron los europeos. ¿Qué sentido tiene traer ese esquivo concepto al ámbito de la educación? Queremos referirnos a las fronteras del aprendizaje en el marco de la ya clásica división entre educación formal, no formal e informal.

Cuando se comparan las transformaciones de distintas profesiones, tomando como referente el siglo XVIII, es posible encontrar diferencias profundas: el gabinete del médico con apenas algunos recursos, frente a la tecnología del presente; el escritor con una pluma embebida en un frasco de tinta, frente a la computadora con la que ahora redacto estas líneas.

A lo largo de más de doscientos años han ido variando con fuerza los espacios, los objetos, las maneras de relacionarse con ellos, con una excepción: el ámbito de clases sigue siendo el mismo: bancos alineados, un escritorio y un pizarrón al frente. La educación formal marcó con mucha precisión las fronteras del aprendizaje y las ha mantenido hasta hoy. Me refiero al aula.

Uno de los mayores reclamos, constante por todas partes, es: "necesitamos aulas", lo que significa "necesitamos más lugar para contener a un mayor número de alumnos", pero siempre con las fronteras bien sujetas a la vieja estructura que permite, todavía, dar clases.

Un entorno constante: el aula
Ese territorio del aula constituye un entorno de aprendizaje, un entorno constante, de más de dos siglos de permanencia. Vivimos hoy una vertiginosa sucesión de transformaciones que cuestionan de año en año ese territorio. Partamos para un primer análisis del concepto de "e-learning".

El buscador Google nos propone 115 millones de sitios para aclararlo, una verdadera selva que nos llevaría largo tiempo desbrozar. Si nos atenemos al significado textual, hablamos de "aprendizaje electrónico", pero tal aclaración no nos alcanza para nada.

Veamos otra línea de análisis, ligada a nuestra búsqueda en el campo de las fronteras. Dice Peter van de Pol, colega holandés dedicado a esta temática: "e-Learning es la ampliación del entorno de aprendizaje más allá de sus tradicionales límites físicos, geográficos y temporales, a través del uso de tecnologías digitales en red".

En ese sentido, las tecnologías digitales han llegado para abrir el entorno de la educación formal en todas direcciones. Hay grados en tal camino. Una primera alternativa corresponde al esfuerzo de subir a la Red el programa de una asignatura, más los contenidos, más algunas prácticas de aprendizaje. Así, la ampliación del entorno comienza a producirse de a poco, sin abandonar la presencialidad, sin dejar la palabra del educador y el espacio de los bancos alineados como hace dos siglos.

De allí en adelante pueden darse muchos pasos: búsquedas en la Red sugerida a las y los estudiantes, intercambios de experiencias entre ellos, aprendizaje no sólo de la palabra oral o escrita, con todo lo que ofrece la multimedialidad. Hasta llegar a un entorno basado casi en su totalidad en tales tecnologías.

Podríamos detenernos en este punto y dedicar el resto del texto a hablar de lo que significan esas innovaciones con relación a nuestros establecimientos educativos. Pero sucede que hay otros entornos de aprendizaje que están siendo conmovidos en lo profundo en los últimos años. Me refiero a las fronteras de la educación no formal.

La educación no formal
Si nos atenemos a la caracterización de Coombs, esta última conforma un espacio más abierto, en el cual no se trabaja con un currículo estructurado, ni con horarios, ni con toda la organización de los establecimientos presenciales. Se trata del mundo de los cursos, campañas, materiales de capacitación, propuestos para acompañar demandas de la gente para solucionar problemas cotidianos.

Pensemos en los mensajes dirigidos a concientizar a la población sobre problemas de salud. O en diferentes líneas de la educación de adultos, o en los encuentros de escuelas para padres, o en catequesis, o en programas dirigidos a productores rurales para que incrementen la producción.

Tal educación alcanzó su máximo desarrollo en el uso de la radio en América Latina. Pienso en los recientes cincuenta años de Radio Santa María, en República Dominicana, una emisora dedicada a la educación con cursos basados en el audio y materiales impresos; pienso en el Instituto Costarricense de Educación Radiofónica, ICER, con sus hermanos IGER en Guatemala, IHER en Honduras, pienso en centenares de radios que conforman la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica, ALER, por mencionar sólo algunos eslabones de esa preciosa cadena de educación no formal en nuestra región.

El entorno de aprendizaje se amplió a través de ese medio y permitió recuperar voces de las comunidades, cultura, formas de percepción y lenguaje. Por fuera de las aulas, se hizo y se hace educación con un vigor sostenido a lo largo de años.

De acuerdo, puede decirse. La radio se convirtió en un entorno ampliado de aprendizaje para sectores carenciados de la sociedad, es allí donde se puede apreciar el valor de la educación no formal. Sí, pero sucede que el alcance de esta se ha extendido al infinito con las tecnologías digitales, y no sólo para tales sectores. Propongo un ejercicio: pedirle al buscador Google la palabra tutorial.

Acabo de hacer eso en este momento, en ocho segundos el motor me anunció la existencia de 113 millones de sitios en inglés y en español. Imposible adentrarse en esa selva, pero podemos plantear algunas hipótesis: alrededor de un cincuenta por ciento de semejante cifra corresponde a cuestiones generales acerca de lo que significa un tutorial: teorías sobre ese tipo de práctica, metodologías, historia, recursos más usuales; el otro cincuenta por ciento (siempre como hipótesis) corresponde a cursos. Es decir, estamos frente a un número cercano a los 60 millones de ofertas de capacitación para trabajo no formal a distancia, algo que hace poco más de 15 años no existía.

Las fronteras del entorno de aprendizaje de la educación no formal se han ampliado al infinito a través de la Red, mientras que las de la escuela siguen sujetas a la posibilidad de contar con más aulas, con más bancos, con más lugares para la presencialidad. Y lo han hecho para todos los públicos del mundo, sea cual fuere su clase social, su edad, su cultura. Se habla hoy con fuerza del retorno del autodidactismo, de la posibilidad cierta de aprender de todo por fuera de las viejas estructuras en las que nos formamos quienes compartimos esta sala.

El poder educativo del contexto
De la mano de la educación no formal, la desescolarización llama a la puerta de nuestras instituciones. Nos queda todavía por abordar un tercer ámbito desde el cual el llamado es todavía más fuerte: la educación informal. Es sabido que las posibilidades de aprendizaje no se reducen a las dos instancias que vengo analizando.

La humanidad se ha sostenido por siglos y siglos a través de la educación informal, propia de las relaciones en las que nacemos y crecemos, de la vida cotidiana en la familia, en el barrio, en la ciudad, y también de la oferta de la cultura mediática.

El poder educativo del contexto es inmenso. Y la necesidad de aprenderlo para relacionarse, para ser alguien en él, tiene también una fuerza enorme. Hasta la década del '60 la educación informal se mantuvo en los límites de la familia y de los espacios más cercanos a ella. Aprendíamos desde una vida cotidiana de dimensiones reducidas, con un alto grado de previsibilidad, sin mayores variantes a lo largo de años.

El gran salto de la ampliación de los entornos de aprendizaje estuvo dado en esa instancia por el crecimiento de las ciudades y por la irrupción de la cultura mediática, que no ha dejado de desarrollarse y de introducir variaciones en los últimos cincuenta años. No insistiré aquí en la influencia de modelos sociales, de soluciones a problemas, de una violencia instalada en multitud de programas, de la cultura de la pavada y de la "joda". Los medios de comunicación representan lo que se ha dado en llamar una "enseñanza que no se ve", como afirma Toni Cuadrado Esclapez.

Pero no se terminó allí esa fantástica ampliación del entorno. Uno de los elementos básicos del aprendizaje está representado a escala planetaria por el juego. La ya clásica obra de Johan Huizinga Homo ludens, nos orienta para comprender el alcance de esa forma de socialización propia de la vida cotidiana y de todo el ámbito de la educación informal.

En el espacio virtual la multiplicación de alternativas para jugar ha sido vertiginosa. Sólo en videojuegos el buscador me señala en este momento alrededor de cien millones de sitios.

¿Cuál es el uso privilegiado por niños y jóvenes de la realidad virtual? Hay dos respuestas que abarcan buen parte de dicho uso: jugar y comunicarse. ¿Y para aprender? Respondamos: a la manera en que entendemos esto último, poco todavía, pero jugar y comunicarse son fuentes incesantes de aprendizaje.

A ello se añaden procesos de socialización, permitidos por los juegos en red y por las redes de círculos de amistades propias de recursos como Facebook. La educación informal ha dejado los límites en que crecimos los migrantes digitales para abrir entornos de aprendizaje a escala planetaria.

Pero hay ámbitos que sufren una influencia muy fuerte de tales procesos. La expansión planetaria de la comunicación y la educación informal provoca que la escuela, desde la primaria hasta la universidad, vaya quedando de más en más cercada. No sólo se trata de un cerco, porque el mismo es penetrado a diario.

Recordemos lo que ocurre con la lucha contra el uso de celulares en las clases, con las maneras de manejar el lenguaje, con la violencia que se nos cuela por todas partes, con la imitación de modelos sociales, con la tendencia a creer en el milagro de un golpe de fortuna para ser alguien, frente a lo que significan la disciplina y el esfuerzo para sacar adelante los estudios. Y sobre todo, la queja constante referida al aburrimiento en un espacio que te inmoviliza y que te fuerza a escuchar, escuchar y escuchar.

¿Podemos seguir hablando de fronteras en nuestro tiempo? Un ser humano aprende a lo largo de su vida de las tres instancias, para bien y para mal. Ya no es posible concebirlas como bloques separados, como ámbitos impenetrables. Las fronteras se adelgazan, se quiebran, se llenan de puentes, se entremezclan aquí y allá. ¿Asistimos a la creación de un inmenso territorio en el cual todos aprenderemos de lo que nos rodea, sin distinguir si se trata de lo informal, lo no formal y lo formal?

Experiencias pedagógicas decisivas
Quiero proponer una defensa de esta última instancia, no por el lado del aislamiento ni de la creación de murallas dirigidas a defenderse de ataques venidos de todas partes. Necesitamos reconocer, recuperar, relanzar lo que nos hace diferentes, lo que constituye nuestra identidad como espacios de educación formal. No para rechazar nada, no para negarnos a todo lo que nos llega desde las otras, sino para recibir lo que puedan aportarnos desde bases firmes.

Bienvenidas las tecnologías digitales, bienvenida esta ampliación al infinito del entorno de aprendizaje. Pero bienvenidas desde lo que puede lograrse en el trabajo para concretar experiencias pedagógicas decisivas. Ya no nos podemos legitimar a través del mero hecho de estar juntos en un aula, como si ello fuera sinónimo de mejor educación.

Llamo experiencia pedagógica decisiva a un encuentro entre maestros, aprendices y otros miembros de la comunidad educativa y social, basado en la vivencia de prácticas (sostenidas en metodologías y conceptos) que marcan en lo profundo a cada participante, en lo intelectual, en lo emocional y en su vida toda. Nadie es el mismo luego de ese tipo de experiencias.

Bien. De acuerdo, podrán decirme. Y preguntarme: ¿dónde están esas experiencias? En muchos sitios de nuestro país y de otros de América Latina. He hablado de una de ellas en una edición anterior de este suplemento: la Escuela Juan Kairuz de Palmira, en el plano de la educación formal.

También he aludido al Movimiento de los sin Techo de Santa Fe, con un trabajo precioso en educación no formal. Y añado ahora la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, FNPI, fundada en 1995 por Gabriel García Márquez, que ofrece talleres de periodismo a cargo de grandes maestros del oficio, capaces de recrear el aprendizaje informal (esas "cátedras apasionadas y ambulatorias" como dice nuestro escritor) de las viejas redacciones en una de las cuales tuve la dicha de crecer como periodista.

En las tres instancias es posible pensar en experiencias pedagógicas decisivas. Para la educación formal se trata de una cuestión de supervivencia.

Si no avanzamos en ellas, si no construimos entornos en los cuales nuestros estudiantes, y nosotros como educadoras y educadores, seamos parte de encuentros que nos marquen muy hondo en lo intelectual, en lo emocional y en la vida toda; si no ampliamos el viejo entorno para crear comunidades de aprendizaje y de convivencia, poco y nada podremos hacer para dialogar, para diferenciarnos cuando sea necesaria la ampliación al infinito de los ámbitos de la educación no formal y de la informal.

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