lunes, 21 de septiembre de 2009

Aporte para el debate sobre el nuevo rol del educador


De María Luisa Mazzola

La redefinición curricular enmarcada en la Ley de Educación Nacional, tiene como su principal propósito reconstruir el sentido social, político y cultural de la educación escolar en la actualidad, centrando su incidencia tanto en la reforma del currículum como en la capacidad protagónica y transformadora de los sujetos involucrados en la Formación Docente.
El análisis de diversas experiencias no solo permitió detectar la necesidad de hacer más diversos y profundos los conocimientos pedagógicos y disciplinares específicos, sino también los referidos a las subjetividades y culturas actuales, para que los docentes puedan actuar en los ámbitos socioculturales complejos y conflictivos, desde el ejercicio de una mirada crítica que contemple las múltiples variables socio culturales que atraviesan no solo a nuestro país, sino a toda Latinoamérica.
Por este motivo es fundamental diversificar el significado de la docencia en las sociedades Latinoamericanas de hoy, habida cuenta de la multitud de prácticas educativas residuales como así también de los desafíos contextuales con proyección a futuro.
Por eso se ha optado por hablar no sólo de un maestro profesional de la enseñanza, sino también de un maestro pedagogo y también trabajador cultural (transmisor, movilizador y creador cultural). En todos los casos se alude a un trabajador de la educación, a un trabajador del campo intelectual, en cuya formación se han tenido en cuenta estos tres propósitos:
- El fortalecimiento de la identidad y la significación social de la profesión docente;
- La construcción del maestro como productor colectivo del discurso pedagógico;
- El posicionamiento activo del maestro como trabajador de la cultura.
Sin embargo, debe resaltarse que la génesis de la Formación Docente es la enseñanza, cuyo anclaje se halla en la dimensión histórica y sociocultural en la que se ha de desarrollar la práctica pedagógica.

El maestro como profesional de la enseñanza
En la actualidad, el docente está riesgosamente atravesado por:
- La idea dominante de “enseñanza” como transmisión y la noción de enseñanza como proceso de reconstrucción cultural y de la propia transmisión. En este sentido, la transmisión es un contacto con una herencia cultural, la experiencia de un acto en común que posibilita al otro resignificar lo recibido;
- La idea dominante de la “enseñanza” referenciada en el docente y la noción de múltiples espacios, circunstancias y sujetos referenciales que influyen en el proceso de aprendizaje, por lo cual no existe linealidad entre ambos procesos;
- La idea dominante de la “enseñanza” ligada al rol individual del docente en la cultura escolar y la noción de la enseñanza como un proceso compartido y social (cf. Coscarelli, 2007).
A la sobrecarga y el malestar en los docentes debido a la persistencia de esas concepciones dominantes de la enseñanza, se suma la idea frecuentemente naturalizada y escolarizada de los saberes a ser enseñados. Esta situación requiere una resignificación del trabajo del maestro como enseñante en el sentido de una deconstrucción de los saberes disciplinares y socialmente significativos.
El propósito político formativo de fortalecer la identidad, la presencia y la significación social de la profesión docente implica desarrollar un análisis histórico-crítico de la práctica profesional docente (atendiendo a las necesidades sociales, culturales, políticas, educativas y del mundo laboral-profesional). En este contexto, la transformación de la práctica docente debe alentar la construcción de una profesión docente transformadora de la educación, que se articule con los procesos de transformación de la sociedad, la política y las culturas.
En este sentido formar al docente como profesional de la enseñanza, implica propiciar la construcción de valores y actitudes que cuestionen permanentemente el estatus del saber, interroguen la tecnología antes de aceptarla e incorporen el respeto a la diversidad natural y social, favoreciendo a la construcción de una ética del saber al servicio de un desarrollo a escala humana, es decir al servicio de la humanidad antes que del capital o del mercado.

El maestro como pedagogo
Como pedagogo, el maestro se encuentra hoy atravesado por la antigua dicotomía entre tekné (el hacer calculable y ciertamente ordenado) y poiesis (la creación estética y la producción de un mundo o un orden posible, distinto al existente).
Hoy la cuestión se centra en lograr una racionalidad pedagógica comunicativa que no deja únicamente en manos de los especialistas en educación la producción y reproducción del discurso pedagógico, sino que asuma el desafío de articular la acción y la reflexión sobre el acto pedagógico y sobre la propia práctica.
Por ello, solo una pedagogía basada en el diálogo de saberes, el pensamiento crítico y la incerteza pueden viabilizar la reunión entre tekné y poiesis.
Se trata de resignificar el carácter artístico de la educación, incorporando la sensibilidad, la creatividad y la comprensión “estética” de la práctica pedagógica y del proceso educativo a la acción educativa, junto con las condiciones necesarias para recuperar la alegría en el ejercicio del trabajo docente.

El maestro como trabajador de la cultura
La consideración de la amplitud, la complejidad y el sentido de la práctica docente incluye un posicionamiento social y el reconocimiento de la dimensión política de la docencia. En este sentido es que ha de considerarse al maestro como trabajador cultural, como transmisor, movilizador y creador de la cultura.
Las ideas tradicionales han presentado a la cultura como una “cosa” frecuentemente acabada y como un elemento/insumo factible de ser enseñado. Sin embargo, más que nunca resulta necesario repensar hoy el carácter político-cultural de la escuela y el rol del docente como trabajador de la cultura. Para ello es necesario que el maestro pueda reconocer e interactuar con otros espacios y otros trabajadores de la cultura, siempre atendiendo a que la cultura no es algo cosificado o muerto, sino que está en constante dinamismo y recreación. No es “la” cultura sino “las” culturas. De igual modo, es imprescindible hacerlo desde una percepción crítica de las tensiones entre diversidad y hegemonía cultural.
Retomando y resignificando tradiciones en las que la educación pública fue una de las políticas culturales centrales, hoy el maestro es un actor clave para reconstruir el sentido sociopolítico de la escuela pública y de la educación pública como una política cultural inclusiva. Desde este rol, debe reconocer las diferencias muchas veces fraguadas en historias de relaciones desiguales y la interculturalidad más allá de las narrativas del multiculturalismo con el fin de no dejar las políticas culturales en manos ni del mercado ni de otros espacios sociales con pretensiones hegemónicas.
La interculturalidad implica ante todo reconocimiento del “otro”, de otro saber, otra experiencia, otra vivencia. El maestro ha de ser agente de una pedagogía de la diversidad, recuperando y reinstituyendo la multiplicidad de miradas, que permita repensar la relación intercultural y que promueva la integración y el respeto por las diferencias.

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